23rd November 2024

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Los muertos vivos, habitantes de panteones y pequeños pueblos de México

Juan Balboa

Gómez Farías, Michoacán.- Los muertos hacen crecer cada semana la población en un pequeño y colorido panteón. Los vivos, en cambio, abandonan el pueblo con sus grandes y espaciosas casas, se mudan a pequeños pueblos de San Francisco, California, en donde radican el 90 por ciento de los nacidos en estas tierras y registrados en el padrón electoral.

De Zamora, Michoacán a Acámbaro, Guanajuato; de Moroleón, Guanajuato a Tejupilco, Estado de México, se registra un nuevo fenómeno de la masiva migración de mexicanos a Estados Unidos: familias completas, incluyendo niños, desaparecen cada año de pueblos desolados y silenciosos.

La madre, el padre y los hijos son parte de la nueva era de la migración mexicana al país del norte, que cada año rompe el record histórico de personas que cruzan la frontera con el vecino país: los panteones se llenan y la mayoría de las casas permanecen vacías; los jóvenes emigran en busca de riquezas y lo viejos regresan a esperar la muerte “en donde nací, ahí quiero morir”, lo dice Manuel Martínez sin vacilar.

Gómez Farías es un pueblo en donde existen más santos que fieles, a decir del propio sacerdote Gabino, que en los últimos años se ha convertido en receptores de ancianos, quienes regresan a morir a su tierra natal cuando pierden la fuerza de su juventud y son rechazados en los campos agrícolas de fresas de California.

“Recién llegado, en el primer año de mi estancia en Gómez Farías me he sorprendido mucho. De mayo a mayo enterré muchísima gente. Yo dije este pueblo se va a quedar sin nada, la mayoría de los muertos viven del otro lado. Fácilmente enterré unas 30 personas, para una comunidad así de despoblada, pues es muchísimo, es un

alto porcentaje, si viven 200 personas y 30 se mueren, más del 15 por ciento se mueren, ¡qué barbaridad!”, exclama alarmado el párroco del pueblo en la entrevista.

El cura Gabino es un hombre joven que hace apenas un año y medio sustituyó al párroco viejo del lugar que moría de soledad.

Es el responsable de la Comisión Diocesana de la Pastoral Familiar de la Diócesis de Zamora, Michoacán. El obispo decidió que radicara en este pueblo en donde evangelizar se ha vuelto una tarea imposible de realizar porque en el pueblo cada año desaparecen más familias.

Gómez Farías al igual que Valle de Guadalupe, J. Mujica, Chilchota, entre unas cuatro docenas de pueblos de la región del Bajío, son considerados los principales pueblos fantasmas de la migración mexicana, todos tiene un mismo patrón que los hermana: son pueblos limpios con viejos en los parques, panteones en crecimiento, inmensas iglesias sin fieles y un extraño silencio de soledad.

“Uno se acostumbra, señor”, responde Guadalupe, una mujer de unos 70 años que vio nacer los pueblos del Bajío; “vi pueblos vivos”, y hoy testifica lo que llama “la muerte lenta” de los pueblos en donde nació, creció y morirá.

Guadalupe atiende una pequeña tienda de abarrotes que se ubica en la calle Morelos en el abandonado pueblo de Gómez Farías. Madre de seis hijos migrantes – todos radican en el estado norteamericano de California, todos trabajan en la recolección de la fresa-, reconoce que la migración del 90 por ciento de su población ha dejado un pueblo “sin alma, sin luz” y, luego, luego hace sentir su rechazo hacia la vida del país del norte.

¿Cuál sueño americano?, se pregunta y ella misma se responde: ”Muchos dicen, entre ellos mis hijos, que es bonito. Yo lo conocí y no me gustó, bonito este pueblo y todos los dejan por el que dicen es el sueño americano”.

-¿Sus hijos viven en Estados Unidos?

-Sí, pero no quiere decir que sea bonito, mire como miles han abandonado sus tierras, sus buenas casas, mire como regresan jóvenes desgraciados por la droga, ¿eso es bonito?, no eso no está bueno.

Y la realidad no la deja mentir. A una cuadra de su pequeño negocio deambula sin rumbo un hombre de apenas unos 25 años. Se llama Jorge Ortiz – migrante expulsado de San Francisco, California, por consumo de droga y quién sabe por cuantas cosas más – y camina por la calle general Zapata buscando dinero para satisfacer su drogadicción. Es uno de los pocos jóvenes que se encuentran en el poblado.

Ver a un hombre joven en las calles de estos poblados michoacanos es de llamar la atención. A Jorge no fue difícil divisar desde varias cuadras antes, su cadencia al caminar nos llamó la atención, pero aún más su traje amplio y su pantalón de marca con una serie de bolsas a los lados.

Camina drogado bajo un sol inclemente, no tiene a donde ir, es más, no tiene a quien acudir porque su familia toda se encuentra del otro lado, “allá”, dice señalando con el dedo algún lugar del mundo.

-¿A dónde vas?, lo inquirimos a la mitad de la calle.

-Aquí esperando. Me quitaron la mica del otro lado pero me la van a devolver, respondía sin mirarnos al rostro, se veía como si su mente y su alma estuvieran desaparecidas.

-¿Piensas regresas?

-Sí, sí, sí, todos lo hacemos, ahora me quitaron la mica, tengo que pagar al coyote que me cobra 2 mil dólares.

En todos los pueblos con alta y muy alta migración de Michoacán, como Guanajuato, Estado de México y Zacateca polulan los muchachos drogados, dicen que es “uno de los grandes males” que ha dejado la migración. Todos en la región maldicen al “demonio de la droga” que atrapa a los jóvenes, los conduce al “infierno”, pecan “allá y los regresan para acá”, dice Manuel Martínez, un hombre mayor que ha intentado en vano producir fresas. Los jóvenes drogados, aseguran, aumenta la delincuencia.

¿Y los niños dónde están?

Recorrimos unos veinte poblados de Michoacán y Guanajuato. En casi todos la presencia de los niños no se percibe, pareciera que fuera invisible, que no existieran. En las calles no se encuentran, en la escuela son cada vez menos y en el catecismo el número de niños desciende cada año.

El párroco Gabino reconoce que cada vez más niños imitan a sus hermanos o padres y migran a los Estados Unidos, algunas veces son parte de las familias completas que atraviesan la frontera, otras simplemente forman parte de grupos de jóvenes que su “único objetivo desde que nacen, es cruzar la frontera”, es parte de la nueva cultura en los estados del Bajío, región históricamente expulsadoras de migrantes.

“Son pueblos con pocos niños, yo encuentro en el catecismo a unos 100 niños. Los jóvenes es un grupo muy reducido, muchos de ellos han sido deportados y tienen problemas de drogas”, subraya el sacerdote y señal que la migración continúa a un ritmo ascendente, lo triste es que desde hace pocos años hay un nuevo fenómeno: “se van familias completas y no regresan, es realmente triste y en la línea de las cuestiones pastorales es un verdadero problema”.

Gabino desconoce cuántos viven o vivieron en e pueblo de Gómez Farías, “yo realmente nunca he visto a la población completa”. Lo que si ha testificado es que existen manzanas completas o cuarteles enteros (un conjunto de manzanas) en donde solo habita una familia.

Estos pueblos están literalmente abandonados “por Dios”, pues el trabajo pastoral es una labor titánica, casi imposible de hacer.

-¿Qué problemas empieza a tener la iglesia con la falta de feligreses?

-¿Pos si la iglesia es la comunidad y la comunidad no está no se puede hacer una verdadera labor pastoral, cuesta trabajo hacer comunidad con la poca gente que se queda aquí, yo tengo diariamente en misa, más o menos unas 10 personas.

Estamos en las vísperas de diciembre y el padre se prepara para recibir la visita a los migrantes que aún regresan para celebrar a la patrona del pueblo, diría que de casi todos los pueblos de la zona, la virgen de Guadalupe. Pero con la llegada de migrantes llegan los problemas de la fe.

Los pocos que regresan a pasar el fin de año invaden la iglesia para celebrar bautizos masivos, primera comunión, quince años, pero sobre todo bodas, decididas días o meses antes, entre un hombre que vive del otro lado y una joven mujer que radica de este lado, los dos se volverán a ver, si corren con suerte, dentro de un año, seguramente regresaran a la misma iglesia para bautizar al hijo que no esperara cumplir los 18 años para seguir los mismos pasos del padre.

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Fuente: Reportaje de Juan Balboa.

Edición: Juan Balboa.

1 de noviembre 2021.

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