En recuerdo/homenaje al íntimo amigo de Fidel Castro publicamos un texto aparecido hoy en medios de Cuba. Fidel, hombre atento a los grandes acontecimientos de la historia, pero también a los detalles más simples del día a día, expresó admiración por muchas personas: héroes, mártires, intelectuales, obreros, campesinos, amas de casas, niños… Pero uno en especial conquistó su respeto y aprobación; el Che.
Consciente de sus actos y palabras como era, no temió en hacer público su aprecio hacia él, incluso, antes que el camarada argentino fuera asesinado el 9 de octubre de 1967. Lo aceptó entre los expedicionarios del Granma, fue el primero al que ascendió a Comandante en la Sierra, le encomendó importantísimas misiones en el orden militar, económico y político de la naciente Revolución.
Al conocer de su muerte, como líder intentó contener las emociones y respetar la propia filosofía guevariana de: bienvenida sea la muerte siempre que ese grito de guerra llegue hasta un oído receptivo y otra mano se extienda para empuñar el arma. Pero en aquella velada solemne, era justo expresar, de algún modo, los sentimientos con relación a quien consideraba: “sin duda alguna, el más extraordinario de nuestros compañeros de Revolución”.
Cómo se conocieron
La fría noche mexicana del 9 de julio de 1955, en la casa de la cubana María Antonia González, se “calentó” con una discusión sobre política entre dos jóvenes con alma inquieta por las patrias del mundo y que acababan de conocerse. La plática duró horas. Pero hubo total entendimiento; en la madrugada, Ernesto Guevara de la Serna, ya era uno de los expedicionarios del Granma.
El mozo argentino había llegado hasta Fidel Castro por medio de Raúl Castro, y a este, gracias a Ñico López, uno de los asaltantes del Moncada, que pudo escapar del país y establecerse en Guatemala, donde conoció al Che, un hombre con sueños de justicia para todos los pueblos del mundo.
Allí, ambos experimentaron el derrocamiento del gobierno progresista de Jacobo Arbenz, que conllevó a una situación extremadamente difícil para los exiliados latinoamericanos. Y a México partieron; Ñico para refugiarse, y el Che para continuar saciando su sed de Revolución Social. Allá se reencontrarían estos y contactarían con integrantes del Movimiento.
Che y Fidel, afinidad desde el principio
El joven argentino de 27 años, no militaba en ningún partido político, pero ya era en esa época un marxista de convicción. A decir de Fidel, la coincidencia de ideas fue uno de los factores que más ayudó a su afinidad con él.
“Desde el punto de vista teórico, él estaba más formado; era un revolucionario más avanzado que yo. Pero en esos días, estas no eran cuestiones que tratáramos. Hablábamos sobre la lucha contra Batista, los planes para desembarcar en Cuba y para comenzar la guerra de guerrillas”.
“Se le veía impregnado de un profundo espíritu de odio y desprecio al imperialismo (…) hacía muy poco tiempo había tenido la oportunidad de presenciar en Guatemala la criminal intervención imperialista a través de los soldados mercenarios que dieron al traste con la revolución de aquel país”.
“Para un hombre como él no eran necesarios muchos argumentos. Le bastaba saber que Cuba vivía en una situación similar, le bastaba saber que había hombres decididos a combatir con las armas en la mano esa situación, le bastaba saber que aquellos hombres estaban inspirados en sentimientos genuinamente revolucionarios y patrióticos. Y eso era más que suficiente”.
A la convergencia de pensamiento se unía su simpatía. Según el Comandante, era de esas personas a quien todos le tomaban afecto inmediatamente, por su naturalidad, su sencillez, su compañerismo y sus virtudes.
El Che le creó “problemas” a Fidel
Desde el principio, Fidel confía en la capacidad de él y lo pone al frente de un campamento allá en México, pero hubo algunos de los futuros expedicionarios que empezaron a quejarse de que era argentino. “Se buscaron la gran bronca conmigo”, narraba, y a la vez, en forma jocosa aseguraba que el “verdadero” problema el Che lo había creado estando en prisión en el país azteca.
“Cuando al Che lo van a interrogar, y le preguntan: -¿Usted es comunista?-Sí, soy comunista, contesta. Y los periódicos, allá en México, hablando de que se trataba de comunistas que estaban conspirando para liquidar la democracia en el continente, y no se sabe cuántas cosas más.
Al Che lo llevan ante un fiscal, lo están interrogando, y él hasta se puso a discutir sobre el culto a la personalidad y la crítica a Stalin (…) Esto ocurría en julio de 1956, y en febrero de ese mismo año se había producido la crítica de Jruschov a Stalin. Se acogía, desde luego, a las versiones oficiales del Congreso del Partido soviético.
Che les dice: -Sí, cometieron errores en esto y lo otro, defendiendo su teoría y sus ideas comunistas. ¡Figúrese¡, él, que era argentino, en ese momento tenía más riesgos. Creo sinceramente que en situaciones como aquella en que todo el proyecto podía peligrar, lo más conveniente era desinformar al enemigo. Pero al Che, fuertemente influido por la épica de la literatura comunista, no se le podía reprochar por aquel enredo táctico, que no impidió su viaje con nosotros a Cuba”.
Muy original: motorista, médico de leprosos, alpinista…
Además de la osadía y la firmeza de principios que demostró en aquel interrogatorio, en esa primera etapa, el líder del Movimiento cubano conoció del Che otros detalles de su vida, que le daban luces de la personalidad excepcional del recién designado jefe de sanidad.
“Che, joven como tantos jóvenes estudiantes, graduado de la universidad de su país, como tantos graduados, en este caso como médico, con especial curiosidad e interés por las cosas del continente, con especial espíritu de estudio, de conocimientos, con especial vocación hacia el ámbito de todas nuestras patrias, inició un recorrido por distintos países. Pero no tenía otra cosa que el título.
“A veces caminando, a veces en motocicleta, iba de país en país. Incluso cuando estuvimos en Chuquicamata nos señalaron el punto donde en una ocasión, en aquella primera salida de su país, había parado un día. Él no tenía dinero. No era un turista. Visitaba los centros de trabajo, visitaba los hospitales, visitaba los lugares históricos. Cruzó la cordillera, tomó un barco o una balsa, llegó hasta un hospital de leprosos en el Amazonas, y allí trabajó un tiempo como médico”.
“Él padecía, desde niño, de asma (…) tenía la obsesión de subir el Popocatépetl, entonces casi todos los domingos iniciaba una escalada del Popo, como le decía. Se había conseguido algunos equipos de alpinista, abrigos, botas, etcétera. Y por lo menos dos veces al mes – me imagino – intentaba llegar”.
Memorias de Fidel sobre el Che
Pero las condiciones excepcionales, como ser humano y guerrillero, de aquel joven argentino con sueños de patria y justicia social, Fidel las conocería, -esta vez de cerca, no solo de oídas-, durante la travesía del Granma y las luchas que sucederían en la Sierra, el llano y luego del triunfo revolucionario.
“Recuerdo que aquella travesía (la del Granma) fue muy dura para él puesto que, dadas las circunstancias en que fue necesario organizar la partida, no pudo siquiera proveerse de las medicinas que necesitaba y toda la travesía la pasó bajo un fuerte ataque de asma, sin un solo alivio, pero también sin una sola queja”.
A esta condición de salud que con frecuencia le jugaba una mala pasada al Che, está ligada una de las anécdotas más ocurrentes de nuestro Comandante, que muestra el afecto que sentía por su camarada suramericano.
“Me presento a los dos campesinos, y haciendo acopio de serenidad y sangre fría, me hago pasar por coronel batistiano (…) Hablé horas allí con esos dos hombres. No voy a mencionar el apellido de uno que era batistiano de verdad, y decía: -Oiga, saludos para mi general, dígale esto y lo otro. ¡Cómo me agasajó¡ El otro me hablaba más sosegado.
Me doy cuenta de que aquel era el hombre que necesitaba (…) le dije: -Isaac, yo no soy coronel, soy Fidel Castro. Sus ojos se abrieron expresando una alegría colosal. Expliqué: -Tenemos una situación muy difícil, un compañero en esta situación, hay que ir a Manzanillo a buscar el medicamento y hay que buscar un lugar donde guarecerlo y que no lo descubran (…) Y fue. En un sitio bien guarecido dejamos al Che con su fusil”.
Llegamos, emprendimos las primeras marchas, sufrimos el primer revés (Alegría de Pío), y al cabo de algunas semanas nos volvimos a reunir (…) Che continuaba siendo médico de nuestra tropa. Sobrevino el primer combate victorioso (La Plata) y Che fue soldado ya de nuestra tropa y, a la vez, era todavía el médico; sobrevino el segundo combate victorioso y el Che ya no solo fue soldado, sino que fue el más distinguido de los soldados en ese combate (Uvero).
La situación era difícil. Las informaciones eran en muchos sentidos erróneas (…) en medio de aquella situación de confusión en que fue necesario pedirles a los hombres un esfuerzo supremo (…) quedaba uno de los flancos sin una fuerza atacante que podía poner en peligro la operación. Y en aquel instante Che, que todavía era médico, pidió tres o cuatro hombres, y en cuestión de segundos emprendió rápidamente la marcha para asumir la misión de ataque desde aquella dirección.
Y en aquella ocasión no solo fue combatiente distinguido, sino que además fue también médico distinguido, prestando asistencia a los compañeros heridos, asistiendo a la vez a los soldados enemigos heridos. Y cuando fue necesario abandonar aquella posición, una vez ocupadas todas las armas y emprender una larga marcha, acosado por distintas fuerzas enemigas, fue necesario que alguien permaneciese junto a los heridos, y junto a los heridos permaneció el Che”.
“Así había hecho también en una ocasión no mencionada cuando en los primeros tiempos, merced a una traición (hace referencia al campesino Eutimio Guerra), nuestra pequeña tropa fue sorpresivamente atacada por numerosos aviones y cuando nos retirábamos, nos recordamos de algunos fusiles (…)
Recordamos como nada más planteado el problema, y bajo el bombardeo, el Che se ofreció, y ofreciéndose salió rápidamente a recuperar aquellos fusiles (…) Esa era una de las características esenciales: la disposición inmediata, instantánea, a ofrecerse para realizar la misión más peligrosa. Y aquello, naturalmente, suscitaba la admiración, la doble admiración hacia aquel compañero que luchaba junto a nosotros, que no había nacido en esta tierra…
Fue así como se ganó los grados de Comandante y de Jefe de la segunda columna que se organizara en la Sierra Maestra; fue así como comenzó a crecer su prestigio, como comenzó a adquirir su fama de magnífico combatiente que hubo de llevar a los grados más altos en el transcurso de la guerra”.
“¡Che era un maestro de la guerra, Che era un artista de la lucha guerrillera! Y lo demostró infinidad de veces, pero lo demostró sobre todo en dos extraordinarias proezas, como fue una de ellas la invasión al frente de una columna, perseguida esa columna por miles de soldados, por territorio absolutamente llano y desconocido, realizando —junto con Camilo— una formidable hazaña militar.
Pero, además, lo demostró en su fulminante campaña en Las Villas; y lo demostró, sobre todo, en su audaz ataque a la ciudad de Santa Clara, penetrando con una columna de apenas 300 hombres en una ciudad defendida por tanques, artillería y varios miles de soldados de infantería.
Muchas fueron las veces en que fue necesario actuar para impedir que en acciones de menor trascendencia perdiera la vida (…) Es eso en lo que resulta difícil coincidir con él, puesto que nosotros entendemos que su vida, su experiencia, su capacidad de jefe aguerrido, su prestigio y todo lo que él significaba en vida, era mucho más, incomparablemente más, que la evaluación que tal vez él hizo de sí mismo.
Puede haber influido profundamente en su conducta la idea de que los hombres tienen un valor relativo en la historia, la idea de que las causas no son derrotadas cuando los hombres caen… Y eso es cierto, eso no se puede poner en duda…. Sin embargo, habríamos deseado de todo corazón verlo forjador de las victorias (más que precursor de esas victorias)”.
“Trabajador infatigable, en los años que estuvo al servicio de nuestra patria no conoció un solo día de descanso. Fueron muchas las responsabilidades que se le asignaron: como Presidente del Banco Nacional, como Director de la Junta de Planificación, como Ministro de Industrias, como Comandante de regiones militares, como Jefe de delegaciones de tipo político, o de tipo económico, o de tipo fraternal.
(…) Y si mirábamos para las ventanas de sus oficinas, permanecían las luces encendidas hasta altas horas de la noche, estudiando. Porque era un estudioso de todos los problemas, era un lector infatigable. Su sed de abarcar conocimientos humanos era prácticamente insaciable. Los días reglamentarios de descanso los dedicaba al trabajo voluntario
Che todos los domingos marchaba a algún centro de trabajo. A veces iba a los muelles a cargar sacos con los estibadores. A veces marchaba a las minas, a trabajar como minero. A veces iba a los cañaverales a cortar caña; otras se reunía con los obreros de la construcción. No reservaba jamás un domingo para sí.
Más todo esto y sus hazañas anteriores, hay que verlos dentro del marco de la situación de su propia salud, puesto que padecía de ciertos problemas alérgicos que le producían estados asmáticos agudos. Y aun en esas condiciones libra toda la campaña. En esas condiciones trabaja día y noche. En esas condiciones escribe. En esas condiciones recorre el país, recorre el mundo”.
Muchas anécdotas contó el líder de la Revolución Cubana sobre su compañero y amigo Ernesto (Che) Guevara de la Serna, porque como hiciera saber Fidel al periodista italiano, Gianni Miná, a pesar que no eran efusivos en sus relaciones interpersonales, sí los unía un afecto entrañable.
Luego que el Guerrillero Heroico decidió marchar hacia otras tierras del mundo y apoyar los procesos de liberación, lo apoyó en todo cuanto fue posible. En especial cuando consideró que era sabio que retornara de Europa del Este a Cuba.
Che no quería regresar porque le daba mucha pena después de haber sido publicada su carta de despedida. Entonces, como buen amigo, a quien importa la integridad física y mental del ser querido por encima de todo, le pide persuasivamente (mediante carta) que regrese, que es lo más conveniente para todos los fines prácticos de lo que él quería hacer.
Fidel era su amigo. Él lo sentía así. Y regresó, clandestinamente, pero regresó. Las montañas del valle de San Andrés, en la provincia de Pinar del Río serían el escenario de preparación para la contienda en Bolivia. Allí lo visitaría el Comandante en reiteradas ocasiones, llevando consigo muchas veces, a la esposa del Che e hijos.
Marchó Guevara para la nación andina. A través del Partido Comunista Boliviano, el líder de la Revolución Cubana gestionó atención para su amigo y demás compañeros de la guerrilla. Pero toda la red, tanto oficial como clandestina, se desintegró por varios motivos, y resultó imposible facilitar más ayuda en los últimos momentos.
Octubre de 1967. Fotos y cables de agencias noticiosas anuncian la muerte de su camarada. Fidel se niega a aceptar que aquel era el Che. Ojalá sea una mentira más de la CIA y sus aliados, piensa. Pero no, lo conoce muy bien, tras días de análisis de la información que llega a Cuba, el 15 de octubre de 1967, informa al pueblo cubano: “La noticia relativa a la muerte del comandante Ernesto Guevara es dolorosamente cierta, amargamente cierta”.
La noche que Fidel pidió “Sean como el Che”
Dicen que aquella noche del 18 de octubre de 1867, en la Plaza de la Revolución Cubana imperaba el dolor y el silencio, mientras el Comandante en Jefe rendía honor a su compañero y amigo, Ernesto Che Guevara.
Las palabras nacían del corazón.
“Uno de los más familiares, uno de los más admirados, uno de los más queridos y, sin duda alguna, el más extraordinario de nuestros compañeros de revolución”.
“Diría que es de esos tipos de hombres difíciles de igualar y prácticamente imposibles de superar”.
“La muerte del Che es un golpe tremendo para el movimiento revolucionario, en cuanto le priva, sin duda de ninguna clase, de su jefe más experimentado y capaz”.
“Porque Che reunía, en su extraordinaria personalidad, virtudes que rara vez aparecen juntas… reunía en su persona al hombre de ideas y al hombre de acción.
“Che reunía como revolucionario las virtudes que pueden definirse como la más cabal expresión de las virtudes de un revolucionario: hombre íntegro a carta cabal, hombre de honradez suprema, de sinceridad absoluta, hombre de vida estoica y espartana, hombre a quien prácticamente en su conducta no se le puede encontrar una sola mancha”.
“Constituyó, por sus virtudes, lo que puede llamarse un verdadero modelo de revolucionario (…) ¡un verdadero ejemplo de virtudes revolucionarias!
“Pero, además, añadía otra cualidad, una cualidad del corazón, ¡porque era un hombre extraordinariamente humano, extraordinariamente sensible!”.
“Nos duele pensar que tenía solo 39 años en el momento de su muerte”.
“Cierto es que no volveremos a ver nuevos escritos, cierto es que no volveremos a escuchar de nuevo su voz”.
“El ejemplo del Che debe ser el modelo ideal para nuestro pueblo».
Si queremos expresar cómo aspiramos que sean nuestros combatientes revolucionarios, nuestros militantes, nuestros hombres, debemos decir sin vacilación de ninguna índole: ¡que sean como el Che! Si queremos expresar cómo queremos que sean los hombres de las futuras generaciones, debemos decir: ¡que sean como el Che! (…) Si queremos expresar cómo deseamos que sean nuestros hijos, debemos decir con todo el corazón de vehementes revolucionarios: ¡queremos que sean como el Che!
Tal vez porque no conoció personalmente a otros grandes hombres y a él sí, o porque Guevara nunca defraudó su confianza. Pudieran ser muchos los motivos, mas lo cierto es que fue en este hombre y no en otro, que Fidel encontró el modelo ideal de revolucionario, de hombre nuevo, de soldado, de ser humano… Y pidió que fuésemos como él, “el más extraordinario de nuestros compañeros de Revolución”.
Fuente: Para este texto fue consultado el libro El Che en Fidel Castro.
Texto: Yurina Piñeiro Jiménez.
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